Soy joven y no quiero desaparecer

Soy joven y quiero comprar muchos libros. Soy joven y quiero visitar muchos lugares. Soy joven y quiero besar muchas bocas. Soy joven y quiero conocer mucha gente. Soy joven y quiero aprender todo lo que pueda. Soy joven y quiero enamorarme. Soy joven y quiero llegar a los ochenta años. Soy joven y vivo en México. Soy joven y nos están secuestrando. SOY JOVEN Y NO QUIERO DESAPARECER.

Quisiera volver a la época en la que mi mayor miedo era perderme las caricaturas después del jardín de niños. Quiero regresar a esos días en los que salir a la calle solo significaba regresar a tu casa con un GANSITO en la mano. No a esta realidad, en la que salir al mundo implica preguntarme si seré solo una cifra más en un país desgarrado por la violencia, la impunidad, el crimen, la crueldad y, sobre todo, la corrupción.

Estos miedos no son nuevos. Nos han acompañado desde hace años, desde que mi madre me pedía que la registrara con su nombre de pila en mi celular y no como «Mami». Ese fue el primer indicio de que, en este país, ser joven significa ser vulnerable. Los sueños, el esfuerzo y el trabajo honesto no son suficientes, porque te los pueden arrebatar con la misma facilidad con la que se apaga una luz en medio de la noche.

¿Es nuestra culpa?

Últimamente, hemos sido bombardeados con noticias sobre crimen organizado, secuestros, desapariciones, corrupción; especialmente las que afectan a los jóvenes. Parece que alguien abrió la caja de Pandora y, de repente, el pánico, la tristeza y la rabia nos inundan. Y lo primero que hacemos es buscar a quién culpar. Las opciones sobran: el gobierno, los políticos anteriores, los narcos, hasta los gringos. Pero a veces, terminamos señalando al chico de al lado que escucha narcocorridos todo el día, a la chica que fantasea con casarse con un narco o al que canta corridos bélicos en la calle. Pensamos que al condenar su música, su estética, estamos combatiendo el problema. Pero no. El problema no está en lo que escuchamos, sino en lo que realmente representa esa música.

Sentimos culpa al oír estas canciones, como si el simple acto de hacerlo nos convirtiera en cómplices. Nos dicen que no debemos romantizar la violencia, y es cierto. Pero lo que también es cierto es que esto no es nuestra culpa. No es culpa del ciudadano común. No es culpa tuya por haber visto La Reina del Sur tres veces. La culpa radica en un sistema que nos ha fallado, en autoridades impunes, en narcos y criminales disfrazados de políticos y CEOs de grandes empresas. Escuchar una canción no nos hace responsables de los campos de exterminio en Jalisco. Lo que realmente nos hace cómplices es callar, normalizarlo, creer que todo esto es solo una estética o un género musical más.

Lo mismo de siempre

Las problemáticas que enfrentamos siguen siendo las mismas: la pobreza, la falta de oportunidades, la distribución injusta de los recursos, la corrupción, la avaricia y la crueldad de quienes dirigen este país. Desde los que elegimos, hasta los que operan desde las sombras. Nos gusta pensar que somos una generación que está cambiando las reglas, que estamos despertando. Pero, ¿cómo cambiamos algo si apenas abrimos la boca y ya nos la callan? ¿Cómo apostamos por un país que te mata solo por buscar un mejor empleo? ¿Por qué el castigo por querer una vida mejor es la muerte?

Recuperada de FORO JURÍDICO

El país está marcado por un sistema que nos margina y estigmatiza, que no ofrece alternativas reales para aquellos que solo buscan superarse. El poder está concentrado en manos de unos pocos, mientras nosotros, los jóvenes, luchamos por encontrar un camino hacia una vida digna. Salir a la calle, tomar el transporte público para ir a trabajar o estudiar, debería ser una rutina normal. Pero para nosotros, es una constante batalla contra el miedo de no regresar a casa. El miedo de ser la próxima víctima de un secuestro, de una desaparición, de ser forzados a formar parte de todo lo que nos atormenta.

¿Cómo podemos confiar en un sistema que te mata solo por intentar hacer las cosas bien?

Hoy, la ansiedad y el miedo me consumen. No quiero empezar una revolución, no quiero que esto se convierta en los Juegos del Hambre y vivir en un libro distópico. Soy joven y quiero cumplir mis sueños; quiero explorar el mundo, conocer personas, aprender y crecer. Pero soy consciente de las luchas que debo enfrentar para lograr una vida digna. Salgo a la calle, tomo el transporte público, y cada día es una batalla interna y externa por tratar de conseguir un futuro mejor. Sin embargo, el temor de que mi vida se apague en cualquier momento me atormenta.

Soy joven y quiero cumplir mis sueños. Soy joven y no quiero luchar por mi vida, pero sé que debo hacerlo. Soy joven y no quiero desaparecer.

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