En la calle, en el transporte público, en antros, en escuelas, en restaurantes y en TODOS lados, la inseguridad se ha vuelto el pan de cada día en México. Todos conocemos o hemos sido víctimas de la violencia e inseguridad en el país. Y es por el hecho de que ya está tan cercana a nosotros, que se ha vuelto súper normalizada. Cuando escuchamos que le robaron su cel a alguien, que secuestraron a una chica, que hubo una balacera, ya no nos sorprendemos o asustamos. Lo peor de todo es que, mientras más nos acostumbramos, más difícil se vuelve reaccionar. La violencia se vuelve parte del paisaje, como un mal necesario que ya no cuestionamos y solo aceptamos. Así que ¿cómo nos sensibilizamos a estos temas? Y ¿qué podemos hacer para luchar contra ello ?
Matar o morir
En la sociedad en la que vivimos, todos estamos constantemente sobreviviendo, con nuestro «sentido arácnido» al máximo cada vez que salimos a la calle. La mentalidad de «matar o morir» y «que sea el otro antes que yo» se ha apoderado de nosotros. Como bien dijo la literata Jessica Rodríguez, «La violencia e inseguridad son el reflejo de la ruptura de los tejidos sociales». Las normas que nos mantenían unidos ya no existen, y lo que antes era respeto y confianza hoy es reemplazado por desconfianza y miedo, creando un ambiente donde la armonía es solo una ilusión. Como consecuencia, la sociedad se está disolviendo y nosotros cada vez estamos más separados.
¿Esto como nos afecta a nivel intra e interpersonal?
Tanta violencia e inseguridad en la vida diaria, también afecta la forma en la que nos desenvolvemos en el mundo exterior. Las relaciones interpersonales se vuelven más frías y calculadas. Ya no confiamos en los demás, ni siquiera en nuestros amigos cercanos ¿Y realmente cómo podríamos hacerlo al 100%? Si hemos escuchado casos donde los “amigos” son los responsables del mal de sus víctimas. Vivir con miedo constantemente crea una distancia emocional que nos aleja unos de otros, reduciendo la empatía y haciendo que cada interacción se base en la desconfianza. Al final, nos hemos vuelto extraños en un mundo donde, en lugar de apoyarnos, preferimos protegernos a toda costa.
¿Realmente podemos luchar contra la inseguridad en México?
En efecto, luchar contra la violencia e inseguridad directa y personalmente es algo absurdo e irreal que si lo llegáramos a hacer nos costaría la vida. Sin embargo el que no seamos superhéroes como en los cómics no quiere decir que seamos ajenos a la situación que vivimos todos en México. La falta de sensibilización a estos temas implica la falta de exigencia a la justicia. Aunque sea una nota en TikTok o en las noticias, no podemos voltear la cara ante nuestra realidad. En la cual según el INEGI, en junio de 2024, 59.4 % de la población mexicana de 18 años y más consideró inseguro vivir en su ciudad.
Desde el crimen organizado hasta el robo más pequeño, suele ser impulsado por la pobreza y la falta de oportunidades. No es cuestión de verlos como víctimas, pero es innegable que muchos terminan en la delincuencia porque el sistema falla en brindar alternativas dignas. La falta de políticas sólidas en educación, empleo y justicia refuerza un ciclo donde el crimen se convierte en una opción de supervivencia para quienes sienten que no tienen otras salidas.
¿Vivimos en un país sin paz?
La violencia e inseguridad en México no tiene un solo porqué, sino que está llena de causas, pues es un fenómeno complejo, producto de una combinación de factores sociales, económicos y políticos. La responsabilidad no recae únicamente en los individuos, sino en un sistema que no ha sabido ofrecer alternativas viables para su población.
En la realidad de los mexicanos promedio, la paz parece un ideal lejano. Ya sea en grandes ciudades o pequeños pueblos, la inseguridad y la violencia afectan cada aspecto de la vida cotidiana. No solo hablamos de crímenes visibles, sino también de un ambiente de desconfianza, miedo y falta de armonía que afecta las relaciones entre las personas. La violencia no se limita a robos o ataques. Su impacto es profundo, alterando nuestra percepción del espacio público y reduciendo nuestra libertad para movernos y vivir sin miedo. Esta realidad se vuelve especialmente desgarradora al pensar en las generaciones futuras, que heredan un país marcado por la ausencia de paz y de un sistema que, por ahora, parece incapaz de restaurarla.
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