¿Será que por ser mexicanos podemos apropiarnos y comercializar las culturas indígenas dentro de México? Pues claro que no. Hace unos días, se hizo viral un video donde la diseñadora peruana Anis Samanez y el editor de Vogue México, José Forteza, estaban demeritando el valor y trabajo de la comunidad Shipibo Konibo. En ese evento y conversación, se quejaron de que esta comunidad no quiso compartir sus conocimientos ancestrales con la diseñadora de forma gratuita, diseños que posteriormente ella iba a comercializar. La comunidad le pedía a la diseñadora 5 mil dólares por su enseñanza en el diseño Kené, dinero que obviamente iba a ser mucho menos que lo que ella ganaría con sus ventas.
Anis Samanez expresó su «profunda frustración» por lo sucedido, argumentando que ella también era peruana y que no debía ser tratada diferente solo por ser de la costa ¿Y el editor de Vogue? Bueno, él dijo que sin las telas de la diseñadora, inspiradas en estas culturas, esos pueblos “seguirían muriéndose de hambre”. Además, dijo que, al ser este arte Kené patrimonio de la humanidad, le pertenecía a todos. ¿Neta? Obviamente, estos comentarios causaron indignación en la comunidad Shipibo Konibo y en las redes sociales, lo que llevó al Ministerio de Cultura de Perú a emitir un comunicado defendiendo su patrimonio cultural. Esto es Vogue. Pero…
¿Por qué esto está causando tanta indignación?

El arte Kené es un elemento central de la identidad cultural del pueblo Shipibo-Konibo, una comunidad indígena amazónica de Perú. No es solo un diseño decorativo, sino que está profundamente vinculado a la cosmovisión y espiritualidad de este pueblo. Sus patrones, que son figuras geométricas y líneas entrelazadas, reflejan la conexión entre el ser humano, la naturaleza y el universo. Además de que se utilizan en rituales, en la pintura corporal y en textiles como telas y cerámicas. No es solo un arte estético, sino un medio para preservar su historia,
Por esto, el arte Kené no debe ser visto solo como un recurso comercial. Deberíamos comprender el peso cultural que trae consigo, respetar y valorar a quienes lo hacen y ofrecen sus conocimientos. Este arte lleva tiempo y recursos, y no deberían exigir o esperar que los pueblos indígenas lo compartan de forma gratuita. Esto además de ser apropiación cultural, es una forma de desvalorización de su identidad y de su derecho a recibir un pago justo por su trabajo. Y el hecho de que sea patrimonio de la humanidad no lo convierte en algo que le pertenece a todos. Algo que este editor al parecer no entiende.
El término «patrimonio cultural de la humanidad» es utilizado por la UNESCO, para los bienes, prácticas, tradiciones, conocimientos y expresiones culturales que son considerados de valor universal, no solo para un país o una región, sino para toda la humanidad. Esto significa que es importante preservarlos y proteger para las generaciones futuras.
El privilegio detrás de estas revistas y acciones
Esto solo deja claro que las figuras detrás de estas revistas operan desde el privilegio y el eurocentrismo. Usan a las comunidades indígenas para su extractivismo cultural, explotándolas cuando les conviene y validándolas solo cuando sirve a su narrativa. Esto es racismo puro, disfrazado de «diversidad». Al final, solo convierten a estas culturas en algo exótico para entretener y vender a públicos blancos. La “diversidad” que presumen no existe; es simplemente otro recurso para hacer dinero. Esta diseñadora cree que está “salvando” a esta comunidad, como si les estuviera haciendo un favor. En realidad, lo único que tiene es un complejo de salvadora blanca, convencida de que su verdad es la única que importa y de que ella tiene todas las respuestas.
¿Y sus disculpas? Perdón, pero, ¿alguien se las cree? Lo que está claro es que se disculpó por cómo lo dijo, pero no por lo que realmente piensa. Y el editor de Vogue… bueno, era obvio. Estos eventos, que pretenden ser frescos, casuales y “auténticos”, son donde muestran su verdadera cara. Cuando los vemos detrás de una pantalla, una marca o una revista, todo parece perfecto, pero eso es gracias a sus publicistas y a un equipo que les pule hasta el mínimo detalle. En esos conversatorios, lo que hay es pura gente blanca. Todo se reduce a lo mismo: usar a las comunidades y sus culturas para beneficio propio.
La cultura indígena no es un sello de venta
Hay que dejar algo muy claro: que existan pueblos y culturas indígenas dentro de México, Perú o cualquier otro país latinoamericano no significa que automáticamente sean nuestra cultura. La realidad es que no crecimos con ellas, no las vivimos, y probablemente sabemos muy poco sobre su historia, sus prácticas y su verdadero significado. Es cierto que forman parte de nuestra identidad nacional, pero esa idea también puede ser peligrosa. Al generalizar y apropiarnos de algo a lo que históricamente nos hemos distanciado, corremos el riesgo de excluir y discriminar a las comunidades que realmente son sus guardianas. Es importante reconocer la diferencia entre respetar una cultura y tratar de apropiárnosla bajo la excusa de la «unidad nacional».

Las comunidades indígenas, como los Shipibo-Konibo, tienen un derecho fundamental a proteger su conocimiento ancestral, ya que es parte de su identidad y patrimonio. El minimizar estas comunidades, tratándolas como objetos de caridad o como simples proveedores de «estética», perpetúa desigualdades históricas. La apropiación cultural no es solo un error, sino una forma de perpetuar la explotación y el racismo. Debemos ser conscientes de nuestra posición de privilegio y entender que la cultura indígena no es una tendencia o una “inspiración” para llenar las pasarelas, sino una herencia viva que merece ser respetada y protegida.
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